Hace treinta años que se realizó por última vez en nuestro país el torneo más longevo a nivel continental que tuvo como campeón -al igual que las ediciones anteriores en nuestra tierra- a la selección uruguaya. Esa edición en particular tuvo varios aspectos curiosos, desde la camiseta hasta los derechos de TV, aunque lo más importante era cumplir el mandato histórico. Lo más importante y tranquilizador fue que la copa se quedó en casa una vez más.
Por Pablo Aguirre Varrailhon
La tarde del 23 de julio de 1995 tuvo a Enzo Francescoli erigiendo la copa por tercera vez entre sus manos, en medio del júbilo de un público que había sufrido la incertidumbre de la tanda de penales. Fue la primera vez que el viejo Campeonato Sudamericano, así denominado hasta 1967, se definió de esta forma. Fue ese año justamente, la última vez que Uruguay había oficiado de local hasta 1995, un largo paréntesis de veintiocho años. No es el mismo caso, pero también se puede recordar la edición de 1983 que se jugó en todo el continente a régimen de local y visitante. En la definición del torneo el partido de ida lo había ganado Uruguay en el Centenario, y en la revancha el cabezazo de Carlos Aguilera empató el encuentro en Brasil para una nueva estrella.
En esta oportunidad y con el mismo rival, Brasil, que si bien no vino con la dupla atacante que había obtenido el Mundial un año antes (1994, con Romario y Bebeto), estaba organizando el recambio que lo llevaría a jugar la final de las Copas del Mundo en 1998 y 2002, y ganaría la Copa América en sus siguientes ediciones (1997 y 1999); los norteños eran la principal selección del orbe. Vamos a recordar o conocer algunos pormenores que permitieron una nueva conquista celeste.
De pronto Uruguay
Para poner el contexto previo al torneo, el fútbol uruguayo vivió momentos, años, donde el único resultado que le quedaba en el saldo era la pérdida de prestigio dentro y fuera de fronteras por disputas internas. Había resurgido a comienzos de la década de los noventa la palabra “repatriados” asociado a una supuesta falta de compromiso de los jugadores categorizados de ese modo hacia la camiseta del seleccionado. Se logró dividir la opinión pública, la dirigencia del fútbol y la posición de algunos jugadores: nada para ganar. En medio de esto, el acuerdo de paz “sin vencidos ni vencedores” que llegaba muy tarde y plasmaba una realidad: Uruguay no clasificó al Mundial de 1994.
Se imponía la necesidad de lograr una paz interior ultra necesaria que acercara a todas las partes, sin distinciones, en favor de la camiseta celeste. Realmente nadie quiere recordar este tiempo en profundidad. Por primera vez, Montevideo no sería la única sede de la copa, se sumaban Maldonado (con un estadio desde cero), Paysandú (Estadio Artigas, remodelado) y Rivera (Estadio Atilio Paiva, ampliado). Argentina jugaba en la ciudad sanducera, mientras Brasil estaba en la otra ciudad fronteriza con un paso de a pie; Uruguay lo haría como lo hizo históricamente, en la capital del país, ciudad en la que jugaría los seis partidos.
Con los escenarios prontos, la mascota diseñada (“Torito”) y la pegadiza canción del compositor y cantante “Pájaro” Canzani (“Todos Goleando”), sólo quedaba confirmar el plantel de veintidós jugadores de un universo de treinta que manejaba el entrenador, luego de un primer semestre cargado de amistosos ante España, México, Colombia, Inglaterra y Colombia, con dos victorias (Perú y Nueva Zelanda), cuatro empates y tres derrotas. Era especialmente importante dar rodaje a muchos jóvenes mezclados con gente de gran experiencia, entre ellos el capitán, Enzo Francescoli, que había vuelto a River Plate de Argentina después de varios años en Europa.
“En el ’94 cuando asume Héctor Nuñez estaba citado, y ya para la copa fuimos treinta jugadores y quedé en el plantel con apenas veintiún años. Estar en ese grupo con la cantidad y calidad de compañeros que había para mí era especial”, rememora Edgardo Adinolfi, un joven lateral volante izquierdo que por aquel entonces jugaba en el Prado, en River Plate. Era uno de los doce convocados de los clubes locales, mientras que tan sólo diez vinieron fuera de fronteras. Esta fue la tónica de nueve seleccionados, frente a otros tres países donde primaban los jugadores foráneos (las selecciones de Argentina, Bolivia y EEUU). Edgardo fue junto a Diego López (compañero de club) y Tabaré Silva, los muchachos más jóvenes de los celestes pero que tenían claro el objetivo: “los referentes venían de quedar eliminados del mundial pero esta ocasión significaba el reencuentro con la gente. Estaba la responsabilidad de ganar la copa, pero ellos tomaron ese lugar”, continúa contando el juvenil darsenero, hoy radicado en Medellín.
“Antes iban pocos al mundial, no había ni repechaje y jugar esta copa era una revancha para sacarse esa espina”, reflexiona Álvaro Gutiérrez, quien jugó casi todos los encuentros. Él, con sus veintisiete años cumplidos apenas dos días antes de la final, recuerda esa “presión extra” de no haber perdido nunca de local por este torneo, y que “íbamos partido a partido, creo que el más difícil fue frente a México, en la fase de grupos, porque íbamos perdiendo hasta que empató Marcelo Saralegui”.
Sin complejo
Pasaron muchos años, probablemente en muchos aspectos para aquellos que vivimos ese período notemos más la diferencia en las cosas que fueron cambiando. Un ejemplo, la selección no tenía un complejo deportivo propio como con el que cuenta hoy día; los derechos de televisación del fútbol local recién comenzaban a generar los primeros “inconvenientes” y los partidos de la copa no se pudieron ver en vivo en Montevideo, salvo la final; las camisetas eran de la marca “NR”. Finalmente la fría noche del cinco de julio sobre las 19.30 horas, dio comienzo la ceremonia de apertura en el Estadio Centenario ante apenas unas veinte mil personas que a la hora del partido alcanzaron las treinta mil. Tras la silbatina del público a las palabras del presidente de la CONMEBOL, Nicolás Leoz, y al de la FIFA, Joao Havelange, un sencillo espectáculo con música y fuegos artificiales intentaron amenizar la baja temperatura.
Uruguay jugaba ante Venezuela, que se presentó al campo de juego con cinco jugadores que utilizaban guantes, mientras el arquero Fernando Álvez, cambió de indumentaria en el segundo tiempo pasando de “los cortos”, a un pantalón largo. La victoria por cuatro goles a uno no dejó de mostrar un sesgo de preocupación en algún tramo del encuentro por el juego exhibido. El trago amargo fue la lesión del “Vasco” Oscar Aguirregaray, que llevaría a que el entrenador mueva el sector derecho de la zaga para el resto del torneo: José Herrera del lateral pasaría a ocupar la posición de primer zaguero, ingresando Gustavo Méndez en la posición de “Pepe”. Un ensayo que con los resultados a la vista resultó satisfactorio.
La invernal tarde soleada del domingo siguiente invitaba a ver a los locales ante Paraguay, que habían vencido a México en el debut. Si bien persistía la molestia general por los altos precios de las entradas, esta vez más de cuarenta mil personas se hicieron presentes para ver la magia intacta de Enzo Francescoli, autor del único gol del partido, y que de algún modo hizo preocupar al público por las faltas que recibió, al punto de salir de camilla en una oportunidad. Uruguay clasifica a la siguiente ronda a falta del ya nombrado partido con los “aztecas” que terminó en empate para apenas salvar el invicto. Uruguay le había dado descanso en este partido a algunos de sus titulares máxime teniendo en cuenta que el partido se debía jugar el 12 de julio y se suspendió para el día siguiente por las intensas lluvias. En los otros grupos, Brasil y Colombia no convencían, y Argentina si bien había ganado sus dos encuentros iniciales, pierde el tercero de manera categórica ante EEUU por tres a cero, lo que lo lleva al segundo lugar de su grupo por diferencia…de un gol. Esta acción inesperada tiene como consecuencia que debe jugar los cuartos de final nada menos que ante Brasil en Rivera, en el que fue uno de los partidos de más voltaje y con una gran polémica por el gol del empate norteño convertido por Tulio, luego de bajar el balón claramente con la mano. Los penales determinaron que Brasil pase a semifinales.
A Uruguay le tocó el domingo 16 de julio jugar por esta instancia ante Bolivia, un rival que si bien fue históricamente accesible, tenía a una generación liderada por el “Diablo” Marcos Etcheverry que había logrado la increíble clasificación al mundial pasado. El binomio titular de ataque formado por Daniel Fonseca y Marcelo Otero (una de las revelaciones del torneo) marcó una ventaja de dos goles en el primer tiempo, que se volvió un padecimiento luego del descuento de Oscar Sánchez a falta del veinte minutos para el final. No sobraba nada. En las otras dos llaves, EEUU seguía sorprendiendo eliminando a México y Colombia a Paraguay, ambos desde los tiros del punto penal por sendos empates en el tiempo de juego.

La sorpresa de Pichón
Daniel Fonseca venía entre algodones, al punto que en el partido anterior tuvo que ser sustituido por Ruben Sosa en el primer tiempo, luego de hacer su gol. Era una nueva baja importante que debía hacer frente para jugar ante una Colombia de grandes nombres como Carlos Valderrama, René Higuita, Faustino Asprilla, Freddy Rincón, que se hacía fuerte en el mediocampo a través de la posesión de la pelota. Ante esta situación Héctor movió sus fichas, dejando más suelto a Enzo Francescoli como media punta y aplicó una fórmula ensayada anteriormente con una carta que tenía en la manga: “en la preparación jugamos con Banfield un partido en el Parque Viera y lo hice como volante, algo que ya hacía en River y en la selección juvenil, como lateral-volante. El día previo, Fernando Morena que era el ayudante técnico me dijo que iba de titular, una gran sorpresa”, cuenta Edgardo Adinolfi, que aparte de hacerlo en buena forma, fue el autor del primer gol en ese partido, a los pocos minutos de comenzar el segundo tiempo; después con el manual del contragolpe y el fútbol de Francescoli, Marcelo Otero marcó el segundo gol que sellaría la serie de un partido cerrado en cuanto a oportunidades de gol.
HÉCTOR “PICHÓN” NUÑEZ x ALVARO GUTIERREZ
“El Pichón era un entrenador que escuchaba mucho la opinión del jugador y eso lo hace más valioso. Generalmente un entrenador puede tener una línea, una idea que respetar, pero ser abierto y escuchar te permite ver cosas que a lo mejor vos sólo no podés. No hay un entrenador que tenga el 100% del control porque si no ganarías todos los partidos. Eso lo hizo un técnico muy humano y esa parte de su personalidad a mi me gustaba mucho y trato de ser así”.
Al día siguiente, Brasil pasó de Rivera a Maldonado para enfrentar a los norteamericanos, en una gélida noche cerca del mar. Se repetía el partido de octavos de final de la Copa del Mundo de 1994 y también el score, por la mínima diferencia, con un cabezazo de Aldair a los trece minutos. Los dirigidos por Mario Zagallo no convencían en su juego, tal vez reservando fuerzas para una final que comenzó a vibrar en todo el país. Del frío meteorológico, al calor de la gente, de la calle, donde ya no importa el valor de las entradas; banderas, ritmo, color y largas colas que agotan las localidades, cercanas a las setenta mil, con visitantes incluidos.
Esa tarde de domingo, soleada al comienzo, sobre las quince horas invita a una nueva final continental entre uruguayos y brasileños, como tantas, a cuarenta y cinco años y monedas de Maracaná, una fecha que el entrenador brasileño promete vengar con un “Centenariazo”. A la férrea defensa, Uruguay pone lo mejor, más allá de la condición física de algunos jugadores “tocados”: Diego Martín Dorta, Álvaro Gutiérrez, Gustavo Poyet y Enzo en el mediocampo, mientras que en la delantera jugaron Marcelo Otero y Daniel Fonseca. Los primeros minutos van en favor de la visita, que con su juego deja de manifiesto el nerviosismo del equipo celeste; Edmundo complica a la zaga, Roberto Carlos marca un surco por el lateral izquierdo, es Brasil que va por todo sobre el arco de la Colombes, hasta que a los veintinueve minutos de juego, Juninho y Edmundo combinan al medio del área para que Tulio, esta vez con el pecho, la empuje para anotar la apertura, chocando con Tabaré Silva. Doble problema, ya que el jugador de Defensor Sporting queda tendido en el festejo del gol, por la fractura de tibia y peroné que había sufrido al chocar con el atacante.
“Una situación complicada, y no por el gol, que era lo de menos; entrar por la lesión, y más una fractura, más que de un compañero un amigo. Desde la selección sub15 nos conocíamos. En el entretiempo pudimos corregir algunas cosas y después el segundo tiempo fue parejo”. Adinolfi fue el primer cambio, pero no el único para un partido que venía torcido. En el entretiempo “Pichón” Nuñez quema las naves, sacando a Fonseca -que estaba lesionado- y a Dorta, para que ingresen Sergio Martínez y Pablo Bengoechea. Fue justamente el “Profesor” que, pidiéndole permiso al “Príncipe” Enzo, le pidió un tiro libre a cuatro metros del área mayor, mientras caía el sol de la tarde y las sombras de la barrera rival se hacían largas. Seis minutos del segundo tiempo. Menos de dos pasos, curva perfecta al ángulo superior derecho de Taffarel, que sólo atinó a mirar y sorprenderse por la forma en que entró la pelota nuevamente en el arco de la tribuna Colombes. Ni se tiró, su pose corporal con los brazos y manos demostraron su incredulidad por el lugar donde se había colado ese proyectil curvo. El festejo del recién ingresado fue con el banco de suplentes, mientras las tribunas explotaban de emoción, no era un gol cualquiera, era tener vida en esa final. Pablo Bengoechea -marcado por el destino- repetía la máxima emoción en una final, como en la copa de 1987 ante Chile. Desde ese momento al minuto final, hubo pocos ataques, más bien cuidaron sus posiciones en búsqueda de un error fatal que no llegó.
Minuto 91 y final del partido. Todo a los penales, y nuevamente el arco de la Colombes como testigo, cuando el astro rey ya se había recostado. Para Brasil esto no era nuevo, venía de definir nada menos que la copa del mundo en este formato. El primero, el fundamental, para el capitán, Enzo Francescoli, pie derecho abierto, gol. Roberto Carlos, casi tapa Alvez, gol. Bengoechea repite el palo pero abajo, gol. Zinho, gol. José Herrera repite el formato del capitán, gol. Va Tulio, el de la mano, el del pecho, y ataja Fernando Alvez a su derecha, a media altura. El experimentado arquero pide calma a todos, mientras brama la tribuna. Es el turno de Álvaro Gutiérrez. ¿Álvaro Gutiérrez? Sí, más de uno se preguntó lo mismo, en un penal clave, pero Héctor le tenía fe a quien sostuvo la marca en el mediocampo.
“La designación de los penales la dio el cuerpo técnico, consultando con los jugadores de más experiencia, y evaluando el momento de cada jugador, algunos habían terminado lastimados y otros que ingresaron pateaban habitualmente en sus equipos…”, recuerda Álvaro, surgido en Bella Vista. Volvemos a la tanda de penales. El hombre de la camiseta número cinco con varios pasos y mucha vehemencia cruzó el remate a la izquierda de Taffarel que se tiró al otro palo, pensando, tal vez, que iría por el camino directo. Gol y ventaja. Dunga, el capitán, gol; es momento de “match point”, en la jerga del tenis. Va Sergio Martínez, goleador empedernido de Boca Juniors. Busca una especie de amague con sus brazos, y cruza el remate. Taffarel repite. Gol y final. Gol y brazos en altos, ¡Uruguay campeón! Tranquilidad para una generación que cumplió con el doble mandato histórico en este torneo, la copa en casa y el invicto a salvo. Fernando Alvez cuelga sus guantes y anuncia un final a su carrera en la selección, al igual que Enzo Francescoli, pero que el tiempo se encargará de recordar que no pudieron cumplir esa promesa; quedaba alguna batalla más. Para el capitán, la oportunidad de poder levantar la copa con su gente. Para muchos en ese plantel, tal vez la gran alegría con la celeste en el pecho. Para la gente y para el Estadio Centenario, la última vez que mancomunaron esa unión idílica, que a treinta años, espera una vuelta más por estas tierras.
Plantel de Uruguay
1 Fernando Harry ALVEZ (CA River Plate)
2 Oscar Osvaldo AGUIRREGARAY (Peñarol)
3 Eber Alejandro MOAS (América de Cali) – COL)
4 José Oscar HERRERA (Cagliari – ITA)
5 Alvaro GUTIÉRREZ (Nacional)
6 Edgardo Alberto ADINOLFI (CA River Plate)
7 Marcelo Alejandro OTERO (Peñarol)
8 Pablo Javier BENGOECHEA (Peñarol)
9 Daniel FONSECA (Roma -ITA)
10 Enzo FRANCÉSCOLI (River Plate -ARG)
11 Gustavo Augusto POYET (Real Zaragoza – ESP)
12 Jorge Claudio ARBIZA (Olimpia – PAR)
13 Ruben Fernando DA SILVA (Boca Juniors – ARG)
14 Gustavo Emilio MÉNDEZ (Nacional)
15 Marcelo SARALEGUI (Racing Club – ARG)
16 Luis Diego LÓPEZ (CA River Plate)
17 Sergio Daniel MARTÍNEZ (Boca Juniors -ARG)
18 Tabaré Abayubá SILVA (Defensor Sporting)
19 Nelson Javier ABEIJÓN (Nacional)
20 Ruben SOSA (Internazionale Milan – ITA)
21 Diego Martín DORTA (Peñarol)
22 Oscar Julio FERRO (Peñarol)
DT: Héctor NÚÑEZ



