Diálogo sobre fútbol con el Maestro Federico García Vigil

El hombre orquesta

Federico García Vigil nació en Montevideo, en 1941. Se crió cerca del zoológico, en La Mondiola, ese lugar que reniega del nombre que le han puesto las inmobiliarias

(Pocitos Nuevo) y que hoy reivindica su centenario como sitio obrero y de inmigrantes. Allí creció, entre barrio, empedrado y mostrador.

En Las dos V, boliche que vio parar a su barra, se respiraba ese barrio, y también fútbol y política. Vivió el campeonato Mundial de Fútbol de 1950. También en la zona, y de muy pequeño, acaso por su parentesco con el Bocha Lagomarsino, se arrimó –o lo arrimaron– a ver una orquesta que, en este caso, no era precisamente una sinfónica ni estaba ligada a la música.

¿Cómo se involucra afectivamente con Defensor siendo del barrio La Mondiola?

La familia se formó allí, en Buxareo 1167. Recuerdo que ahí, en la casa de la abuela, escuchamos los partidos de Maracaná, por radio, los goles. Recuerdo muy bien todo eso… El Bocha [Lagomarsino] tenía unos ocho años más que yo. Era golero de Defensor. Jugaba cuando podía: el golero titular era Radichi. Por Bocha iba toda la familia los domingos a ver a Defensor y al final nos hicimos hinchas. Yo era muy chico, tenía diez u once años, después del campeonato del mundo, allá por el cincuenta. Después quedé relacionado y fui jugador de voleibol de Defensor, me hice amigo de toda la barra porque iba a la concentración.

Todo lo que pasó después, cómo fue evolucionando el fútbol, lo que pasó con el fútbol brasileño, lo que pasó en Maracaná, la aparición de la “Naranja Mecánica” de los holandeses, la aparición del catenaccio… Después aparecen los demás holandeses

hasta Van Basten. Y cosas que no se entienden mucho: el fracaso de Del Bosque con la selección española en el último Mundial, la locura de la selección brasileña, que de Filipao vuelve a Dunga, que es algo así como ir para atrás. Directores técnicos de países que no tienen mucha tradición, como Costa Rica o Venezuela, enseñan rápidamente un fútbol moderno, los jugadores lo toman mecánicamente con ingenuidad y sin experiencia, cosa que se les nota en alguna jugada, pero se transforman en equipos complicados. En África levantan un continente jugando al fútbol, de una manera nueva, con directores técnicos europeos. También Japón. O sea, yo no puedo ponerme a opinar en un país de fútbol como este, y esto se publica. Es un punto de vista totalmente de aficionado y con cabeza analítica, porque la tengo y porque también me dediqué a dirigir.

Como cuando está al frente de una orquesta, transmite lo suyo desde la claridad con seguridad. Ha visto mucho fútbol y desde hace mucho, ha pensado el fútbol,

lo ha conversado con quienes para él son especialistas. Pero no elige el lugar del francotirador, aquel desde el cual se erige una visión de campo privilegiada, sino desde la humildad de quien sabe escuchar, analiza y, al conocer, se da cuenta también de lo que aún no conoce.

¿Qué referentes violetas destaca?

El profesor [José Ricardo] De León. Pasaba todos los días por la puerta y conversábamos. Conocí a él y al hermano. Todos los días salía a caminar y pasaba por acá. Siguió haciendo ejercicio hasta el final de su vida. Era un fenómeno, un tipo divino. Él tenía una teoría, la defendió y la llevó a la práctica y se jugó por ella. Fui a algunas prácticas donde se jugaba sin golero y el jugador que tenía un camino hacia la posibilidad de hacer un gol, tenía la obligación de patear y hacer el gol. Y el defensa tenía la obligación de no permitirle de ninguna manera que ingresara al arco. Extremaban la marca.

También José Pepe Sasía, que me mostró que en Uruguay hay extraordinarios jugadores de fútbol, pero que no saben jugar a este deporte con su estrategia, su sistema, las maneras. Esas contradicciones son las que me hacen encarar esta entrevista con tremenda humildad y con el carácter de súper aficionado. Lo único que te puedo dar es paralelismo y diferencias entre lo que es dirigir organismos grandes como una orquesta sinfónica y un equipo de fútbol.

Por ejemplo, esos tipos como [el colombiano Carlos] Valderrama, Marcelo Tejera, Antonio Pacheco, Nico Olivera, el Chino Recoba, que entran a la cancha y es como si pusieran un chip que rápidamente te organiza el equipo y empieza a funcionar de otra manera, pero son jugadores que no tienen resistencia para aguantar los dos tiempos. Ese es un problema, fundamentalmente de los uruguayos, que no sé por qué no pueden jugar un partido entero. No lo sé de verdad, no es peyorativo. Esos jugadores que nombré, de repente ahora no sirven, porque atrasan absolutamente la velocidad con que el director técnico se plantea una estrategia o sistema de juego y de ataque: se juega un toque, un toque, un toque, entonces desaparecen esos jugadores maravillosos.

¿El fútbol como deporte ha evolucionado?

Todos los deportes evolucionaron. Yo juego al tenis y si miramos las raquetas de cuando empecé a jugar con las que usamos ahora, no tienen nada que ver. En atletismo antes se corría a una determinada velocidad. Ahora van bajando cada vez más los tiempos, se usan distintos zapatos, ropa. La natación cambió una barbaridad: el estudio científico de cómo hacer en una brazada los diferentes momentos de presión para ganar algún metro más…

¿Es un estudioso del fútbol?

Estudio a los personajes. Por ejemplo, Juan Ramón Carrasco. Él sabe lo que quiere, lo pone en práctica y de pronto fracasa: gana o recibe. El Maestro Tabárez tiene su sistema, su criterio. Sí hay una cosa que es indiscutible: la estructura de educación y de producción pedagógica, de cómo se va armando un país para producir una serie de generaciones de fútbol. En eso no hay discusión: tiene toda la razón y ha puesto en práctica algo que le ha dado resultado sin lugar a dudas.

Ahora, lo que pasa con los jugadores adentro de la cancha y los sistemas, no sé. A veces me parece que ese juego del pase largo hacia adelante, bien a la uruguaya, no sirve para nada, y a veces ganás dos o tres partidos con ese sistema. Entonces quedás sin habla, nunca más opinás. Es muy complejo…

No sólo lo vio, lo conversó y lo pensó. Federico también jugó al fútbol pero entiende que no era su deporte. La fricción, la forma en que se usa el físico y el desarrollo de una musculatura muy preparada parecen haber jugado en su contra. Aun así, jugó en el Ajedrez, que se llamaba así por el boliche que estaba en Pagola y 26 de Marzo. Fue un half derecho que, conociendo sus limitaciones, lograba hacer bien fundamentalmente la primera parte del asunto: muy pocas veces lo pasaban, pero a la hora de tener la pelota elegía entregarla lo más rápido posible, para que alguno que “sabía” se hiciera cargo y la llevara. Lo plantea de un modo lógico, porque en ciertas cosas, tanto el fútbol como la orquesta, tienen su lógica.

¿Hay lógica en el fútbol?

En algunas cosas, sí. Igual que la dirección de orquesta. El factor aleatorio surge, el factor mágico o de inspiración, el de la precisión que produce la adrenalina en determinadas circunstancias de responsabilidad de un jugador, surge. En el último minuto, Recoba agarra una pelota y la pone donde hay que ponerla, porque está convencido de que es la única solución. Si hubiera sido en la mitad del partido de repente no habría sido así. La semana anterior había hecho un gol olímpico… Son cosas producidas por un momento de inspiración extraordinaria y de posibilidad de realización de algunos seres humanos.

¿En la orquesta también?

Sí, también. Son dos organismos exactamente iguales: un equipo de fútbol y una orquesta sinfónica. El primero tiene once jugadores en la cancha y la orquesta más o menos cien, puede haber alguno que esté enfermo en la fila de las cuerdas, en las filas múltiples, pero las otras son exactamente iguales. Se entra a la cancha con los que puso Beethoven. Las orquestas sinfónicas son todas iguales en el mundo, igual que los equipos de fútbol.

Nosotros dirigimos orquestas sinfónicas en Checoeslovaquia, París, Túnez, Tokio Montevideo, Buenos Aires, México, Río, Chicago. Vos llegás y siempre tenés la misma distribución: los primeros violines acá, los violonchelos allá, los clarinetes allá, las tres flautas, los cornos, etcétera. Lo único que cambia es que los que están detrás de los instrumentos son otras personas, con otras mentalidades, con otra formación, con otra disciplina o condiciones de formación técnica, económicas, de infraestructura, con otros salarios.

En cuanto a las posibilidades, ¿es como la diferencia entre el fútbol europeo y el de acá?

También hay un paralelismo. Hay superproducción en algunos países muy desarrollados en ese aspecto, con conservatorios muy desarrollados, tanto que llega un momento en que están cubiertas todas las plazas. Se hacen los concursos de ingreso y quedan sin trabajo. Entonces vienen, como también vienen los jugadores extranjeros de básquetbol. Y estos países los contratan para tocar en las orquestas sinfónicas como jefes de sección: (primer clarinete, primera trompeta, primera flauta, primer violonchelo) y además dan clases en la Universidad y forman jóvenes bajo su cátedra. Es una forma de aprovechar a los técnicos que vienen de afuera, no sólo para que jueguen ahí, sino para que enseñen a jugar.

Como algunos jugadores de fútbol y directores técnicos, García Vigil tuvo que emigrar. Pero lo suyo fue un exilio, ni siquiera económico, sino político. Tocaba en el Sodre, era catedrático en la Universidad y cuando se apagaron las luces de nuestro estadio, lo calificaron como “Ciudadano C”, lo sacaron de la cancha, se quedó sin trabajo y “no podía pasar ni por la puerta del teatro Solís”.

FGV: –En el 85, con la vuelta a la democracia, me llamaron y me dieron el teatro y la orquesta. Mientras tanto yo había estudiado en el exterior e hice la carrera allí. Había dirigido muchas orquestas afuera. Mi beca fue en Francia: primero en el Conservatorio de Estrasburgo y después en el Conservatorio de París. Estudié en Buenos Aires. Son como las carreras de los directores técnicos. En ese momento era una carrera de director de orquesta y ¿dónde había que estudiar? Las recorrí todas: la escuela de Alemania, la de Inglaterra, la francesa. Son diferentes métodos, diferentes escuelas, diferentes maneras. Ahí empieza a formarse tu capacidad analítica: considero que hay que utilizar una combinación de muchas escuelas que te vayan convenciendo, para lograr un estilo propio, absolutamente determinado y con resultados excelentes. Eso fue lo que aprendí; volví y empecé a trabajar acá, felizmente.

¿Cómo hace un director técnico o un director de orquesta para saber si está ante un gran equipo de fútbol o ante una gran orquesta?

Tardás más o menos cinco minutos. Por ejemplo, la semana pasada fui a dirigir una orquesta a Brasil. Viajé un domingo y la primera práctica o ensayo fue el lunes. Trabajan de nueve a doce horas todos los días, de lunes a viernes, y el sábado es el concierto. Siempre trabajás una semana sin conocimiento previo. Un concierto, por ejemplo, está compuesto por la Quinta sinfonía, de Beethoven, el Concierto para violín y orquesta, de Tchaikowsky, y la Obertura de los Maestros Cantores de Núremberg, de Wagner. Los músicos saben que va eso, tienen la música en su casa y saben que viene un director invitado que va a dirigir y también que el primer ensayo con él es el lunes.

Ellos trabajan toda la semana, con distintos directores o con el director estable, que a veces se turna, cuando viene un director invitado. Al director estable lo conocen más, pero no quiere decir que obtenga un mejor resultado. Entonces, cuando llegás a la orquesta y entrás al escenario, la orquesta ya sabe si sos un director, por el estrés que produce la orquesta en el director y por la personalidad que impone su actitud ante la orquesta. En los primeros cinco minutos, cuando están afinando y bajás la batuta, los observás y ya sabés.

Es como cuando los jugadores están calentando, están haciendo jueguitos. Los mirás y ya sabés: aquél juega bien, aquél no, aquél es un patadura. Rápidamente te avivás y cuando bajás la batuta, evidentemente confirmás.

¿Eso se adquiere con la experiencia?

Sí, en las orquestas tenés todos los personajes: los que llegan temprano, los que llegan tarde, a los que le gusta la música, los que llegaron a esa profesión no se sabe por qué, los de izquierda, los de derecha, los homosexuales, los heterosexuales, los prolijos, los desprolijos, los contestatarios, los sumisos, los que se pasan haciendo chistes todo el tiempo, los que no tienen sentido del humor. Es como una caricatura de la sociedad, y si vas a Alemania, son iguales, también son una caricatura de la sociedad alemana. Son impenetrables, parece que no te transmiten nada, pero tocando sí.

Entonces, esa especie de caricatura te permite conocerlos rápidamente y saber cómo manejar ese equipo, apoyarte en los músicos, trabajar más con las secciones donde es más necesario y llegar a un buen resultado al fin de semana para hacer el concierto. Hay orquestas muy disciplinadas: las del área sajona, por algo los holandeses o los alemanes juegan como juegan.

Y hay orquestas que son los reyes de la indisciplina, entre ellas Uruguay y Argentina, y los profesores de Uruguay y Argentina, que son los italianos. Y entre los italianos, los romanos. Ésos son los reyes de la joda. Son contestatarios, tienen humor y si la cosa se pone brava, tienen todos los mecanismos para arreglarla.

Es como si te enfrentaras a una orquesta con treinta Alberto Sordi. No sabés qué hacer, entonces tenés que aplicar otra cosa que tiene la dirección de orquesta, que es piramidal. “Lo siento mucho, señores, pero esta profesión no es democrática, esto es una monarquía, y aquí arriba estoy yo, y ustedes son un instrumento humano, son cien módulos humanos, con sus maravillas y sus errores, porque pueden equivocarse, pero cuando yo levanto la batuta, funciona como un instrumento humano. Van a tocar como yo quiero que toquen, van a interpretar la música como yo entiendo que el autor quería que fuera interpretada”.

Hay que atrapar a ese organismo que son cien, no once, para que jueguen de la misma manera, para buscar el mismo resultado, y para hacer el gol en el momento que yo quiero, tenés que tener un poder de absorción absoluto y de mando a la milésima de segundo. Para eso está la batuta. Hay una vinculación de dirección a través de la géstica, sin hablar, y casi de hipnosis. Ahí se logra precisión absoluta que es fundamental para la dirección de orquesta.

Pero el director técnico no está en la cancha, está afuera, no juega. Y el director de orquesta es el que produce el inicio, mueve los jugadores como si fuera Play Station. Es el responsable de hacer la música con un instrumento humano para el público. Cuando uno siente una sensación interna superior, de quinta dimensión, la transmite en la géstica; el sonido de la partitura es interpretado de acuerdo a tu géstica, si trasciende en el público sentís como que acá entendimos todo lo que está pasando –director, orquesta, público– y nos unimos en una cosa extraordinaria que es el concierto.

Cuando eso no pasa, te aburrís, es como esos partidos plomazos, y te querés ir.

En todo grupo humano que busca un objetivo, sea una orquesta sinfónica o un equipo de fútbol, no sólo debe tomarse en cuenta la técnica, la táctica y las habilidades de cada individuo que compone el colectivo. Está también el factor anímico, aquello que es imposible trasladar a lo cuantitativo, que juega un papel preponderante y que tiene mucho que ver con la espontaneidad.

¿Cómo es el Federico hincha?

En todo lo que no sea dirigir una orquesta, en todo lo que no sea mi vida profesional, de lo que supongo sé casi todo y que me estresa bastante a pesar de que lo hago con serenidad dentro de lo posible, en todas las otras actividades –en la cancha, en el deporte, que

sigo jugando tres o cuatro veces por semana– trato de ser absolutamente sincero, honesto y exploto y me arrepiento. Soy absolutamente espontáneo y todo eso me hace aflojar de una profesión en la que estás presidiendo diariamente una asamblea de cien tipos, donde todos te miran, y si no te miran está mal. Tienen que mirarte para tocar juntos, y te miran y te juzgan, se emocionan, te condenan, te aplauden. Sos el conductor, tocan como vos querés que toquen.

¿Se sobredimensionó el papel de lo anímico en lo bueno del futbol uruguayo? ¿En la garra, por ejemplo?

Creo que se sobredimensionó por no entender esos momentos, los minutos que se llevan jugados, la necesidad de convertir, aquellas cosas que son mágicas, que en el último minuto llevan a Recoba a clavarla en el ángulo. Es la orden interior que le produce una precisión en el pie, y pone allí la pelota… Eso no es la garra, eso es inspiración y es algo histórico: había necesidad de hacer el gol y le salió. Porque había una orden de precisión en el movimiento, hasta en la manera de colocar la pelota en el pasto, había una convicción. Más que en la garra, creo en la convicción y en la posibilidad de hacer lo correcto a pesar del temor y del miedo de la circunstancia. Sobreponerse al miedo al fracaso en el instante preciso, porque son apenas segundos, ése es el valor. Si hay eso, y a veces la historia nos dice: dale que podés.

_Marcelo Fernández Pavlovich

La influencia de Pepe Sasía

Me hice bastante amigo del Pepe Sasía. En los últimos años de vida del Pepe empecé a ir todos los domingos y me sentaba a su lado, ya estaba enfermo, me comentaba los partidos y me puso bien clarito lo complejo que es el fútbol. Por eso cuando me plantearon esta entrevista, indudablemente me puse a repasar las charlas que tenía con el Pepe. Era un tipo muy analítico, muy inteligente y además conocía el fútbol por todos lados.

Un día me dijo acá, en el Franzini, mirando un partido: “En Uruguay surgen jugadores de fútbol extraordinarios que no saben jugar al fútbol”. Esa frase tan genial me puso en alerta para cualquier tipo de manifestación relativa al fútbol, porque yo no soy un especialista. Hay gente que se dedica a analizar, del Maestro Tabárez para abajo. Todos opinamos. Es un deporte maravilloso, pero para mí, con una complejidad enorme y unas contradicciones analíticas: ¿cómo?, si yo pensaba que era esto y ahora resulta que es esto otro.

Cortita y al pie

¿Un técnico?

[Marcelo] Bielsa.

¿Uruguayo?

El Profe De León.

¿Jugadores?

De muy chiquito, Atilio García, porque le vi hacer muchos goles en el Estadio y de cabeza. El Pepe Sasía. Garrincha, que lo vi en 1960 en Maracaná, con Federico Britos, el violinista. Era un malabarista, tremendo bohemio.

¿De los contemporáneos?

Una cosa inexplicable, que es Messi, más allá de mi capacidad analítica. Aunque tengo algunos músicos “Messi”, que tampoco los entiendo pero que me dan un resultado sorprendente. En todas las orquestas.

¿De los últimos quince o veinte años?

Para mí Marcelo Tejera fue un tipo divino. Me gustan esos jugadores. Fui director de la orquesta sinfónica de Colombia y vi jugar a Valderrama. Estuve en Colombia charlando con Pacho Maturana y con Bolillo Gómez; creo que toda la evolución que hubo en el fútbol de Colombia y Ecuador se debió a esos dos que, además, absorbieron eso del fútbol uruguayo. Acá, de los jugadores uruguayos, por regularidad y rendimiento, en este momento, al Cebolla [Rodríguez] nunca dejaría de ponerlo. Me da cierta certeza realmente. A Suárez no lo entiendo todavía pero lo respeto enormemente y me sorprende. Ahí estoy entrando en el aficionado, pero no condeno a nadie, ni clasifico a nadie, no hago ranking, porque me sorprende.

Hay jugadores que realmente… Robben, el de la selección holandesa, es un jugador simple, claro, hace eso y yo lo pongo. El aspecto anímico es una cosa aleatoria que me gustaría que fuera de todo el equipo, que se sintiera en todo el equipo, que fuera hacia adelante o hacia atrás o estuviera contenido. Pero la cosa individual de los seres humanos es válida, a veces la genialidad. Es un juego que tiene de todo, hasta trampa, picardía, engaño, amagues de velocidad y quedarse quieto, de pronto quedarse parado y salir a toda velocidad. El fútbol es algo insospechado.

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